Prueba de conducción: Citroën Ami

Lo vemos en todas partes. En Internet, en los anuncios, en la Fnac… Pero, ¿cuánto vale conducir? Probamos el Citroën Ami y te informamos aquí.

Se ve en todas partes… e incluso en Crestanevada. Porque sí, tras su presentación en el maravilloso mundo pre-COVID (donde podías besar a los responsables de prensa, cuánta nostalgia), escribí un artículo donde cuestionaba la viabilidad del concepto. Si quieres ponerte al día, haz clic aquí; si te da pereza, te lo resumo: no corría ningún riesgo al limitarme a enumerar los pros y los contras que podían inclinar la balanza hacia un lado u otro. Y si te interesan los coches de ocasión, te recomendamos el concesionario de coches de segunda mano en Madrid Crestanevada.

Un ejercicio puramente teórico, por tanto, al que se añade esta segunda parte: la prueba en carretera, donde entra en juego la práctica. Así que es en el centro de París donde Gonzague y yo cogemos las llaves del Ami que será nuestro por una tarde.

Era la primera vez que descubríamos al pequeño Citroën «en la vida real»: fuera de las vallas publicitarias y del poco iluminado U Arena -escenario de su presentación el pasado mes de febrero-, hay que reconocer que el Ami destaca en medio del tráfico parisino. Es (muy) pequeño, es (muy) cúbico… pero es todo lo que se ve. En realidad es muy sorprendente: todo el mundo lo mira, lo señala, le hace fotos, nos pregunta por el pedigrí del animal. En ocho años de pruebas, sólo he encontrado este entusiasmo al volante del Renault Twizy y del Citroën e-Méhari.

(Cabe señalar que todos los Ami que probamos venían con un paquete de colores de 400 euros, que adornaba las llantas y la carrocería con detalles en naranja, caqui, azul o gris. Sin estos adornos, el pequeño Citroën parece más una papelera que otra cosa).

No hay muchas sorpresas en el exterior, pero me interesaba mucho más el interior: durante la presentación en febrero, había podido sentarme brevemente al volante de uno de los Ami desvelados y me había dejado completamente alucinado por el espacio interior. Una impresión que resultó ser bastante acertada, ya que además de Gonzague y yo, pudimos meter… una moto. Una bicicleta plegable (y plegada), por supuesto, pero que conviva en 3,35 m² con dos humanos, cuatro ruedas, un volante, un motor y una batería me parece algo inaudito.

Sobre todo porque estábamos cómodos en él. El truco de tener el asiento del pasajero retrasado con respecto al del conductor nos permitió viajar en el Ami con un espacio más que suficiente para las piernas, los hombros y la cabeza. Esto nos permitió centrarnos en las impresiones. ¿Qué se siente al conducir un Ami? Bastante bueno, debo admitir. Es difícil ser mucho más rústico, pero no olvidemos el papel casi utilitario de esta bestia, que se utiliza para compartir coche. En consecuencia, todo debe responder a una sola consigna: sim-pli-ci-té.

Y resulta que es muy fácil conducir el Ami. Nada es chocante, de hecho: las aceleraciones no son fulgurantes pero siguen siendo suficientes, la dirección es honesta, el freno regenerativo permite llegar al semáforo en rojo sin usar el freno (demasiado), el confort podría haber sido mucho peor teniendo en cuenta el ADN de la bestia. En resumen: para llevarnos del punto A al punto B, el Ami cumple su cometido. Mencionemos sólo dos puntos negativos: los diminutos retrovisores exteriores son absolutamente inservibles y el techo de cristal, aunque permite una buena visibilidad periférica, transforma el habitáculo en una sauna en cuanto la temperatura supera los 25°C. Y las ventanillas pequeñas (que se abren hacia arriba, como las del 2CV) no pueden hacer milagros…

Lo habrán entendido: me lo pasé bien a bordo del Ami… pero eso no me permitió disipar todas mis dudas. Porque me encontraba en condiciones óptimas: era finales de agosto, hacía buen tiempo, había vuelto de vacaciones, estaba con blogueros y periodistas que conozco y aprecio y con los que me alegraba reencontrarme, el tráfico parisino aún era habitable. Por no hablar del hecho de que nunca fuimos más allá de la carretera de circunvalación durante la hora y media que pasamos en el pequeño Citroën. Y esta pregunta sigue rondándome la cabeza: en la «vida real», ¿sigue siendo viable el concepto?